martes, 14 de septiembre de 2010

CUENTO: LAS ESPIRALES




-¡¿Tiene dos cuernos retorcidos como caracoles en la sien?! ¡¿Quién podría creer eso tan absurdo?!- Se decía Laura para sus adentros: -Llevo años viviendo en este lugar y jamás he visto cosa tan descabellada-.
-¡Qué forma tan mala de presentarse! ¡Por Dios!- en lugar de dar el golpe hacia otro lado e intentar convencerme con un lugar común, que por lo general funciona bien. Llega a mi puerta, toca, y en el momento que le abro, sólo dice que vio hace algunos segundos en este jardín algo tan disparatado.
Arrastrando la desconfianza como un costal, Laura se sienta frente al espejo y repasa varias veces lo sucedido, ni siquiera se explica cómo dejó entrar a ese muchacho y cómo le permitió que le dijera tantas estupideces, aunque después de todo con una taza de café las palabras no supieron tan mal. Sin embargo, no podía dejar de lado que era un desconocido.
Con aprensión vio a su alrededor. Observó cada lugar que él debió revisar esa tarde, y se relajó al no ver nada que delatara algún rasgo de su interior o un recoveco donde se pudiera asomar el dorso de su ser vulnerabilidad.
Los ojos suaves del hombre casi la convencen de sacar a flote su credulidad, más los pensamientos como soldados, retiraron cualquier acercamiento inconveniente.
Ella se acuesta en el edredón azul, imagina el rostro de él reposando en una de sus almohadas, mientras mira con angustia cómo el cabello se le humedece con las ensoñaciones amargas que no ha sabido retirar de sus sábanas. Él podría entonces, tomar esa inconveniente información y utilizarla como un fusil letal.
Se asoma por la ventana, en el paisaje cotidiano sólo puede ver tres elementos esenciales amarrados con hilos transparentes, el jardín de pasto fino simulado vello, el cielo que a ratos pareciera caer, como una placa azulosa metálica y el fondo amarillo de dos edificios de departamentos, donde las ventanas abiertas la miran desde todos los ángulos.
Cierra la persiana atrapada en sus propios suspiros, regresa a su habitación e imagina al hombre que entra en forma de alucinación nuevamente. Su piel se relaja y crece por toda la cama. Él con su cuerpo desnudo, intenta ser un contenedor de esa carne vertida. Laura ve su vulnerabilidad que abre paso a la euforia. Ya la situación no la inquieta. Su cama ya no es su cama, es una metamorfosis de olores, que se dispersan entre las sábanas de franela, renovandolo todo.
Se levanta con pasos afanosos y abre la puerta, como si alguien estuviera esperando en el otro lado desde hace muchas horas. Sin equivoco él esta afuera. Lo deja entrar con naturalidad haciendo a un lado toda culpa.
Laura se queda mirando hacia el jardín interior, ve la figura de ojos oscuros a lo lejos mirándola, colmando su interior de algo que se parece mucho a la fe. Ella queda envuelta en su perplejidad, indudablemente existe, él no le mintió, ahí esta con sus cuernos como perfectas espirales de caracol en cada lado de su sien.

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