sábado, 11 de septiembre de 2010

CUENTO: LA CRIATURA





Viene el aire gimiendo
la subversiva tranquilidad
que ronda la casa…
Jaime Sabines




Los recuerdos llegan igual que la gente vestida de negro, junto a un leve olor de azahares. No sé si a dar el pésame, por ser testigos de la tragedia o simplemente por curiosidad.
Qué más me queda. Sólo recargo mi vista en la tierra negra y una evocación pasa como un gusano sobre la textura húmeda.
Me interno en un recuerdo viejo. En él, era joven igual que mi hermana Freda; el pueblo nos había invitado a la locura en medio de la fiesta de pascua. La gente del lugar se revolvió con los turistas formando un collage viviente. La música de la tambora golpeaba. Quisiera subirme para siempre en ese recuerdo, donde aún teniamos la certeza de que seríamos muy felices. Pero inevitablemente, la memoria se desmadeja dentro de mi cerebro y no puedo dejar de recordar a mi hermana Clara, a quien ahora enterramos. Siempre encerrada en su cuarto, en estos últimos años, mimetizada en sus cosas viejas, contando las naranjas del árbol que se asoman por la ventana. Nosotros también las podíamos contar cuando bajábamos al comedor. Eso sí, era mejor en el cuarto de Clara porque no sólo se veían las frutas, también la calle y la gente que pasaba cerca de la casa. Caminando con esos movimientos rápidos que dan la sensación de no ser parte de nuestra realidad.
El día que Clara enfermó y no volvió a salir de su cuarto apareció la criatura, supongo que se formó de la misma materia de la que todos estábamos hechos.
Sigue el sacerdote hablando, sólo que cuando a uno le amputan el espíritu, los oídos quedan sordos a las palabras de aliento, al salir se rompen mostrando lo huecas que son. No me quiero mover, permanezco sobre el pasto y los pies comienzan a hundirse. Si pudiera evitar regresar a mi casa, la que también es de mis hermanos y casa de la criatura. Todos cargando un pedazo de esta ruina, sin renunciar al pequeño espacio que a cada uno nos corresponde por herencia.
La única que probó las naranjas fue la criatura. Sabía cómo desgajarlas sin que se desintegraran en las manos. No necesitaba alcanzar las frutas porque desde lo alto se las arrojaban. Sólo ella pudo beber el jugo venenoso que le desencadenaba aquellos pensamientos desquiciados en su interior.
Clara predijo los pasos cada vez más cercanos de la criatura, quien permaneció al principio en su cuarto o en la sala de la televisión, pero a medida que pasó el tiempo y se fueron devastando los muros de nuestra casa, hasta volverse una ruina, la criatura fue invadiendo descaradamente el espacio de Clara.
Una mañana, Clara, con los oídos rasgados ya no soportó el zumbido que producía la criatura y con las fuerzas que aún tenía fue a callarla. Lo que no sabía mi hermana era que la criatura, aquella mañana, había crecido desmesuradamente y la destrozó sin miramientos. Freda no estaba para evitarlo, como siempre se había ido por días sin importarle.
Cuando llegué al medio día, Clara no estaba, como siempre, asomada por la ventana de su cuarto; sin embargo no tuve que buscarla, la criatura en el pasillo limpiaba con su lengua las gotas diminutas de sangre que dejaban un camino escarlata hasta el cuarto de servicio.
¿Cómo contener el recuerdo derramado que sabe amargo, igual que el aliento de la criatura?
Mis hermanos y yo nos miramos sin tomar la decisión, ya están por cerrar el cementerio, no podemos movernos a pesar de la llovizna que ya empieza a humedecer nuestras caras marchitas. La incertidumbre nos mantiene anclados. La criatura ya no está en casa, se escapó por una grieta de la fachada antes de que la encarcelaran. Su insoportable sonido ya no contamina los muros cada vez más estrechos. Del naranjo siguen brotando como tumores las frutas que no dejan de caer. Las cuales van formando un tapete fétido sobre la tierra. Eso quizás es lo de menos. Lo preocupante es cómo evitar el fantasma traslucido de mi hermana Clara, que desde ayer nos busca insistente sin entender por qué la ignoramos y por qué hay tanta sangre en el cuarto de servicio.

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